Tema 2: La cruz de Jesús y nuestra cruz cotidiana.
Ser discípulo de Jesús es emprender una experiencia de re-aprendizaje de vida, donde la meta del seguidor es llegar a amar como Jesús amaba. En ese proceso encontramos que la gran herencia del Reino de Dios es conocer personal y colectivamente al Padre amoroso (“Abba”, Marcos 14:36) con quien Jesús se identificaba hasta las últimas consecuencias.
Esta aventura de conocer la identidad del Padre por medio del Hijo es expresada por Jesús hacia sus discípulos cuando los cuestiona sobre su identidad y la forma en que el pueblo percibía esa identidad: “¿quién dice la gente que soy yo?... y ustedes ¿quién dicen que soy yo?” (Lucas 9:18-20, NVI).
En medio de las respuestas parciales (“un gran profeta”) y el silencio de los apóstoles, la revelación de la identidad de Jesús encuentra voz por medio de Pedro: “Tú eres el Mesías que Dios envío” (Lucas 9:20, TLA).
La identidad del Hijo es revelada por el Padre para que lo podamos conocer. Pero, conocer la identidad de Jesús es el anticipo para conocer su pasión y su gloria. Jesús se continua describiendo como el “Hijo del hombre” (Lucas 9:22, RV60) que era un título que aludía al poder del Mesías para reinar de acuerdo a Daniel 7. En repetidas ocaciones anunció que debía sufrir y ser rechazado hasta la muerte, para resucitar al tercer día.
“Dirigiéndose a todos, declaró: —Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará.” (Lucas 9:23-24, NVI)
Identificarse con Jesús es identificarse con su condición de Hijo de Dios, pero también con su condición de muerte y vulnerabilidad, con su humilde camino hacia la cruz. La cruz es la metáfora del camino del discípulo en búsqueda fiel de acercarse al ejemplo de su Maestro.
Esta es una “cruz cotidiana”, no es la cruz doliente de los momentos de angustia, es la cruz del acompañamiento de vida, con la que se ríe, la que sirve de soporte y esperanza. Las implicaciones de la cruz tienen que ver con un compromiso tal hacia Jesús y su evangelio que “el que pierda su vida la ganará”. No hay salvación divina sin entrega de vida personal.
Dios ha presentado su identidad en Jesús para que nosotros podamos conocerle en medio de la entrega de nuestras fuerzas. Jesús nos invita a seguir su ejemplo de entrega incondicional a la voluntad del Padre y su plan redentor, sabiendo que no hay gloria o importancia real sin que primero existan los padecimientos de la cruz.
El camino de la cruz solo es posible porque aquel que convoca a seguirlo a vencido a la muerte y reina sobre ella por el poder de su resurrección ¿estamos dispuestos a negarnos a nuestro vano egoísmo para acompañarlo cumpliendo su voluntad aquí y ahora?
Cristhian Solís R.